miércoles, 25 de octubre de 2023

RETO 5: EL MITO DEL AMOR ROMÁNTICO EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO

 

EL MITO DEL AMOR ROMÁNTICO EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO


En las dos últimas décadas se ha producido en España un movimiento de visibilización social de la violencia de género que ha permitido su consideración como uno de los problemas más graves de la sociedad española por parte de las administraciones públicas, gracias a la creciente sensibilización de la ciudadanía, a la presión del movimiento feminista y al incremento del conocimiento del problema que puso de manifiesto una nueva regulación en torno a este tipo de violencia, de carácter integral y que abarcase soluciones jurídicas, sociales y laborales, en la que los empleados públicos debemos comprometernos firmemente.

Pero también, como reacción hacia la evolución en la igualdad y contra la violencia de género, están surgiendo nuevos modelos de machismo, que desarrollan un discurso, a menudo paternalista o incluso victimista, frente a las mujeres. Se trata de actitudes o estrategias que ciertos hombres adoptan para dar una imagen de supuesta sintonía con la igualdad, pero a la vez denunciando hechos puntuales, como una crítica que asegure su posición social dominante: cuestionamiento e incluso negación de la situación de discriminación de las mujeres y de las medidas para corregir estas desigualdades.



De acuerdo con estos modelos la violencia de género es puntual y está causada por factores extraordinarios y localizados, los hombres que maltratan lo hacen porque son enfermos y las mujeres maltratadas “se lo han buscado” o son igual de violentas que ellos, aunque utilicen otras armas. Con estos argumentos se desnaturaliza, minimiza e incluso se niega la existencia de la violencia de género, reduciendo el temor de la sociedad al sugerir que es un problema que sólo afecta a los demás, minimizando su importancia, reduciendo el apoyo a las víctimas y limitando la responsabilidad de los agresores. Además, algunos no sólo niegan la existencia de la violencia de género, sino que dan un paso más hasta considerar que ésta es una exageración creada y utilizada por algunas mujeres para perjudicar a los hombres, especialmente en los litigios de separación y divorcio y por la custodia de los hijos, con lo que no sólo se niega su existencia considerándola un hecho aislado o un tema privado, sino que además incorpora justificaciones para situar a los hombres como víctimas del sistema y legislación vigentes, pasando las mujeres a ser vistas como culpables.

Voy a centrar mi reflexión final de este curso en la importancia que el mito del amor romántico tiene en la violencia de género como problema social y cómo, sobre esta idea, algunas mujeres víctimas de esta violencia han construido su mundo personal y familiar, debiendo todos nosotros intentar no mantener este mito en nuestra vida cotidiana, social y cultural.

El tema del enamoramiento es mucho más complejo de lo que parece y tiene que ver, fundamentalmente, con la construcción que nuestra cultura realiza sobre el amor. En nuestra sociedad, esta ideología del amor y del romanticismo explican cómo se sustenta la estructura familiar, pues el matrimonio y la pareja siguen siendo los pilares fundamentales en nuestra organización social.




En la literatura y el cine occidentales, esta construcción social del amor nos presenta un modelo amoroso caracterizado por ser desgraciado, imposible, doloroso y, sobre todo, idealizado, y nunca feliz, sereno, respetuoso y pacífico. Los amantes de estas historias no se aman, sino que están enamorados del amor, son más felices en la desgracia que en la serenidad cotidiana, se necesitan uno al otro para arder en la pasión, pero no al otro tal y como es, no la presencia del otro, sino su ausencia.

Aunque actualmente la literatura y el cine cuentan historias que van más allá del clásico “final feliz”, el mito de la pasión sigue protagonizando la mayor parte de nuestras películas y novelas, el éxito entre el público, los sentimientos y sueños del amor como un ideal, cuya fatalidad es imaginada como una bella catástrofe.




Racionalmente sabemos que la pasión y el deseo se acaban, que la vida en común es complicada y exige una negociación constante, que la convivencia apaga el deseo, pero vivimos aún en la idea del mito del amor-pasión que genera un prototipo de relación. Sabemos que el amor es una cosa, pero fantaseamos con un amor eterno y único.

El ideal romántico construido culturalmente ofrece un modelo de conducta amorosa que aprendemos durante nuestro largo proceso de socialización: inicio súbito (amor a primera vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la propia vida, expectativas mágicas como la de encontrar un ser totalmente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis y formar entre ambos un todo indisoluble. Este concepto del amor aparece con especial fuerza en la educación sentimental de las mujeres, para quienes vivir el amor es el proyecto fundamental de sus vidas. Pero mientras las mujeres dan al amor un papel vertebrador de su existencia, los hombres conceden más tiempo y espacio a ser reconocidos y considerados por la sociedad, constituyendo el amor sólo una parte más de su existencia.

Si las amistades solemos elegirlas entre aquellas personas que más nos gratifican, respetan y compensan emocional y afectivamente, no se explica cómo muchas veces nos relacionamos a nivel de pareja con personas que nos llenan de amargura, sufrimiento y dolor físico y psíquico. Esos amores llenos de sufrimiento, sacrificio personal, renuncia, faltas de respeto, limitaciones a la libertad, desprecio, presiones, chantajes e imposiciones no son una cuestión de irracionalidad de las mujeres, sino de educación y cultura patriarcal.




Las mujeres que buscan el amor romántico y eligen personas difíciles, agresivas y controladoras tiene más posibilidades de vivir en la violencia, consentirla y permanecer en ella porque esa relación es la que da sentido a su vida. Una de las características que tienen las historias relatadas por mujeres que sufren maltrato es la discontinuidad en la relación, apareciendo siempre intervalos de paz y dolor, fases de “luna de miel” entre episodios de maltrato: hoy te pego y mañana te amo más que a mi vida; sin ti no soy nada; perdóname, te quiero; todo ello acompañado de grandes muestras de arrepentimiento y cariño hasta la próxima agresión. Es lo que tristemente conocemos como la “espiral de violencia”.

Cuando esas mujeres se plantean abandonar al maltratador tienen que reconstruir su vida en un contexto ajeno a sus tradiciones y abandonar su lugar de esposas y madres, dejando atrás su proyecto vital. Para ellas renunciar al amor significa el fracaso absoluto de su vida, por lo que es muy difícil que vean en ese cambio una promesa de vida mejor. Continúan interpretando la ruptura matrimonial como un problema individual, como una situación estresante y no como una liberación de una situación opresiva que debe ser tratada como un problema colectivo y no individual. Y en este sentido, es la sociedad la que debe rehabilitarse, porque son sus construcciones, historias y mitos las que están en el origen del problema de la violencia de género. Nuestro modelo social es el máximo legitimador de estos comportamientos y debemos cuestionarnos qué tipo de sociedad genera a los maltratadores y esta patología del vínculo amoroso, qué tipo de cultura permite que mujeres capaces y adultas soporten por amor la humillación y el sufrimiento y que en lugar de escapar de esas situaciones disculpen a su pareja una y otra vez para no perder el amor que fundamenta su vida.

Todos los empleados públicos como ciudadanos deberíamos educar a las nuevas generaciones en un análisis más crítico de este modelo amoroso y hacerles entender que no hay nadie en el mundo que pueda colmarnos definitiva y eternamente, que los afectos son múltiples y diversos, que el amor no puede basarse en renuncias y sacrificios y que nunca deberíamos abandonar nuestra individualidad, nuestros proyectos personales y nuestro espacio propio en aras de esa ida de amor romántico.



















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