EL MITO DEL AMOR ROMÁNTICO EN LA VIOLENCIA DE GÉNERO
En las dos últimas décadas se ha
producido en España un movimiento de visibilización social de la violencia de género
que ha permitido su consideración como uno de los problemas más graves de la
sociedad española por parte de las administraciones públicas, gracias a la
creciente sensibilización de la ciudadanía, a la presión del movimiento feminista
y al incremento del conocimiento del problema que puso de manifiesto una nueva regulación
en torno a este tipo de violencia, de carácter integral y que abarcase soluciones
jurídicas, sociales y laborales, en la que los empleados públicos debemos comprometernos
firmemente.
Pero también, como reacción hacia la
evolución en la igualdad y contra la violencia de género, están surgiendo
nuevos modelos de machismo, que desarrollan un discurso, a menudo paternalista
o incluso victimista, frente a las mujeres. Se trata de actitudes o estrategias
que ciertos hombres adoptan para dar una imagen de supuesta sintonía con la
igualdad, pero a la vez denunciando hechos puntuales, como una crítica que
asegure su posición social dominante: cuestionamiento e incluso negación de la
situación de discriminación de las mujeres y de las medidas para corregir estas
desigualdades.
De acuerdo con estos modelos la
violencia de género es puntual y está causada por factores extraordinarios y
localizados, los hombres que maltratan lo hacen porque son enfermos y las
mujeres maltratadas “se lo han buscado” o son igual de violentas que ellos,
aunque utilicen otras armas. Con estos argumentos se desnaturaliza, minimiza e
incluso se niega la existencia de la violencia de género, reduciendo el temor
de la sociedad al sugerir que es un problema que sólo afecta a los demás,
minimizando su importancia, reduciendo el apoyo a las víctimas y limitando la
responsabilidad de los agresores. Además, algunos no sólo niegan la existencia
de la violencia de género, sino que dan un paso más hasta considerar que ésta
es una exageración creada y utilizada por algunas mujeres para perjudicar a los
hombres, especialmente en los litigios de separación y divorcio y por la custodia
de los hijos, con lo que no sólo se niega su existencia considerándola un hecho
aislado o un tema privado, sino que además incorpora justificaciones para
situar a los hombres como víctimas del sistema y legislación vigentes, pasando las
mujeres a ser vistas como culpables.
Voy a centrar mi reflexión final de
este curso en la importancia que el mito del amor romántico tiene en la violencia
de género como problema social y cómo, sobre esta idea, algunas mujeres
víctimas de esta violencia han construido su mundo personal y familiar,
debiendo todos nosotros intentar no mantener este mito en nuestra vida cotidiana,
social y cultural.
El tema del enamoramiento es mucho
más complejo de lo que parece y tiene que ver, fundamentalmente, con la
construcción que nuestra cultura realiza sobre el amor. En nuestra sociedad, esta
ideología del amor y del romanticismo explican cómo se sustenta la estructura familiar,
pues el matrimonio y la pareja siguen siendo los pilares fundamentales en nuestra
organización social.
En la literatura y el cine occidentales,
esta construcción social del amor nos presenta un modelo amoroso caracterizado por
ser desgraciado, imposible, doloroso y, sobre todo, idealizado, y nunca feliz, sereno,
respetuoso y pacífico. Los amantes de estas historias no se aman, sino que están
enamorados del amor, son más felices en la desgracia que en la serenidad cotidiana,
se necesitan uno al otro para arder en la pasión, pero no al otro tal y como
es, no la presencia del otro, sino su ausencia.
Aunque actualmente la literatura y el
cine cuentan historias que van más allá del clásico “final feliz”, el mito de
la pasión sigue protagonizando la mayor parte de nuestras películas y novelas, el
éxito entre el público, los sentimientos y sueños del amor como un ideal, cuya
fatalidad es imaginada como una bella catástrofe.
Racionalmente sabemos que la pasión y
el deseo se acaban, que la vida en común es complicada y exige una negociación
constante, que la convivencia apaga el deseo, pero vivimos aún en la idea del
mito del amor-pasión que genera un prototipo de relación. Sabemos que el amor
es una cosa, pero fantaseamos con un amor eterno y único.
El ideal romántico construido
culturalmente ofrece un modelo de conducta amorosa que aprendemos durante nuestro
largo proceso de socialización: inicio súbito (amor a primera vista),
sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido de la
propia vida, expectativas mágicas como la de encontrar un ser totalmente
complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis y formar entre ambos
un todo indisoluble. Este concepto del amor aparece con especial fuerza en la
educación sentimental de las mujeres, para quienes vivir el amor es el proyecto
fundamental de sus vidas. Pero mientras las mujeres dan al amor un papel
vertebrador de su existencia, los hombres conceden más tiempo y espacio a ser reconocidos
y considerados por la sociedad, constituyendo el amor sólo una parte más de su
existencia.
Si las amistades solemos elegirlas
entre aquellas personas que más nos gratifican, respetan y compensan emocional
y afectivamente, no se explica cómo muchas veces nos relacionamos a nivel de
pareja con personas que nos llenan de amargura, sufrimiento y dolor físico y psíquico.
Esos amores llenos de sufrimiento, sacrificio personal, renuncia, faltas de
respeto, limitaciones a la libertad, desprecio, presiones, chantajes e
imposiciones no son una cuestión de irracionalidad de las mujeres, sino de
educación y cultura patriarcal.
Las mujeres que buscan el amor romántico
y eligen personas difíciles, agresivas y controladoras tiene más posibilidades
de vivir en la violencia, consentirla y permanecer en ella porque esa relación
es la que da sentido a su vida. Una de las características que tienen las historias
relatadas por mujeres que sufren maltrato es la discontinuidad en la relación, apareciendo
siempre intervalos de paz y dolor, fases de “luna de miel” entre episodios de
maltrato: hoy te pego y mañana te amo más que a mi vida; sin ti no soy nada;
perdóname, te quiero; todo ello acompañado de grandes muestras de arrepentimiento
y cariño hasta la próxima agresión. Es lo que tristemente conocemos como la “espiral
de violencia”.
Cuando esas mujeres se plantean
abandonar al maltratador tienen que reconstruir su vida en un contexto ajeno a
sus tradiciones y abandonar su lugar de esposas y madres, dejando atrás su
proyecto vital. Para ellas renunciar al amor significa el fracaso absoluto de
su vida, por lo que es muy difícil que vean en ese cambio una promesa de vida
mejor. Continúan interpretando la ruptura matrimonial como un problema individual,
como una situación estresante y no como una liberación de una situación
opresiva que debe ser tratada como un problema colectivo y no individual. Y en
este sentido, es la sociedad la que debe rehabilitarse, porque son sus
construcciones, historias y mitos las que están en el origen del problema de la
violencia de género. Nuestro modelo social es el máximo legitimador de estos
comportamientos y debemos cuestionarnos qué tipo de sociedad genera a los maltratadores
y esta patología del vínculo amoroso, qué tipo de cultura permite que mujeres capaces
y adultas soporten por amor la humillación y el sufrimiento y que en lugar de
escapar de esas situaciones disculpen a su pareja una y otra vez para no perder
el amor que fundamenta su vida.
Todos los empleados públicos como
ciudadanos deberíamos educar a las nuevas generaciones en un análisis más
crítico de este modelo amoroso y hacerles entender que no hay nadie en el mundo
que pueda colmarnos definitiva y eternamente, que los afectos son múltiples y
diversos, que el amor no puede basarse en renuncias y sacrificios y que nunca
deberíamos abandonar nuestra individualidad, nuestros proyectos personales y nuestro
espacio propio en aras de esa ida de amor romántico.